número uno | las penúltimas cosas | selección de imágenes: vanessa agudo
El amor, en las pelis de Fassbinder, pocas veces llega a consumarse; y, cuando lo hace, no pasa mucho tiempo antes de que acabe siendo desplazado. Además, siempre hay algo de fortuito en el modo en que la gente se encuentra y se enamora; todos los finales, en cambio, parecen estar diseñados por un mismo patrón degenerativo, que es aquello en lo que acaba convirtiéndose el amor. Y uno se da cuenta de que, así como el amor llega cuando menos se lo espera, el monstruo en el que acaba encarnándose es única y exclusivamente responsabilidad nuestra, pues somos seres incapaces de amar.
El amor no es, ni será nunca, un fin en sí mismo: más bien actúa como tapadera y como motor de otros muchos procesos, que poco o nada tienen que ver con el rito amoroso; es este juego de poderes e intereses lo que quiere denunciar Fassbinder. Sin embargo, por crudo o descarnado que pueda parecer, su análisis no está exento de una cierta melancolía, dado que la imposibilidad de hallar la felicidad en el amor no hace sino más dulce la espera, una espera que sólo habrá de acabar en la consciencia de ese imposible, es decir, en la muerte.
Hoy os ofrecemos un último texto íntegro como adelanto de nuestro primer número. En él, Ignasi Mena desgrana el estado del amor según Fassbinder, en descomposición o víctima de los juegos de poder, a través de su peculiar lectura del Querelle de Jean Genet.